Esa agresividad es un mecanismo de defensa natural que les sirve para mantenerse alejados de los demás. El problema surge cuando el gato, además, ataca. Su comportamiento previo nos lo avisa: gruñe, nos mira fijamente, levanta el cuerpo, las orejas y la cola, el pelaje se le eriza y se le contraen las pupilas. Cuando esto sucede, es recomendable dejar al gato tranquilo durante un rato y consultar con el veterinario para que valore el origen de ese comportamiento.
En la mayoría de los casos, detrás de la agresividad puede esconderse una enfermedad. Se sabe que el hipotiroidismo y la hipertensión ocasionan agresividad. Del mismo modo, los dolores musculares y óseos, como la artritis, también pueden hacer que tu gato se rebele cuando te acercas a acariciarlo. Además, hay una serie de infecciones que causan agitación en los animales, así como actitudes algo violentas. Incluso en determinados casos, un tumor es el origen de su agresividad. De ahí que sea necesario que consultemos con el veterinario para que localice qué le produce esa reacción y cómo reducir sus síntomas.
Mientras el animal recibe el correspondiente tratamiento, tendremos que hacer todo lo posible por ayudarlo para que se sienta mejor. Sigue estos consejos: