El moquillo canino, también llamado enfermedad de Carré o distemper, es una afección con un alto índice de mortalidad existente en Europa desde el siglo XVII. Fue descrita en 1809 por Edward Jenner pero fue Henri Carré quien descubrió su agente causal en 1905.
El moquillo es una infección de origen viral altamente contagiosa para los perros. Se produce por culpa de un Paramixovirus del género Morbilivirus y suele afectar al aparato gastrointestinal y al aparato respiratorio del animal.
El virus afincado en nuestro entorno se elimina mediante una limpieza intensa con desinfectante, detergente o secado. Aunque no sobrevive en el ambiente más de unas pocas horas a temperatura media (20-25 °C), sí puede hacerlo durante varias semanas a temperaturas ligeramente superiores a la de congelación.
Gracias a la vacuna, en los últimos treinta años los casos de distemper han disminuido considerablemente. En la actualidad, esta enfermedad afecta:
También se conocen algunos casos de moquillo en animales vacunados correctamente pero que han perdido la inmunidad.
Aunque el perro es la principal víctima del virus, también pueden verse afectados otros mamíferos como el hurón, el zorro o el lobo.
El virus se transmite por vía aérea, de manera que es muy fácil que se extienda y se propague de un lugar a otro; transportado en nuestra ropa, zapatos, neumáticos del coche... Es casi imposible evitar que un perro se exponga al virus, prácticamente todo perro que alcance el año de edad ya ha entrado en contacto.
El virus del moquillo se llega a transmitir por:
Una vez inhalado, el virus pasa a las amígdalas palatinas y a los ganglios bronquiales, siguiendo su recorrido hasta el corriente sanguíneo. En 48 horas el virus ya se ha extendido por todo el organismo.
El virus del moquillo tiene un período de incubación de cuatro a diez días. Lo primero que podemos apreciar en un perro infectado es que:
Esta fase dura dos o tres días hasta que aparecen los síntomas más graves de la enfermedad:
El perro enfermo de moquillo no padece todos estos síntomas a la vez, ello dependerá de la acción directa del virus sobre los órganos o tejidos afectados y de las bacterias que proliferen de los mismos.
La enfermedad puede durar sólo diez días, pudiendo extenderse a varias semanas y hasta meses, con períodos de mejora seguidos de una recaída.
No existe ningún tratamiento específico para curar esta enfermedad, la previa vacunación es el único medio que protege al perro, y aun así no es el 100% efectiva.
Aunque los antibióticos no destruyen el virus, se suelen recetar con objeto de prevenir o tratar las complicaciones bacterianas secundarias (problemas respiratorios, conjuntivitis, diarrea, vómitos, etc.). También se limpia de secreciones nasales y oculares al perro y si éste presenta signos neurológicos, es necesario administrarle sedantes y anticonvulsionantes.
Como en la mayoría de la enfermedades virales, el tratamiento sirve de apoyo para consolidar y fortalecer el sistema inmunológico y para prevenir una infección secundaria.
Aunque la gran mayoría de perros afectados suelen superar la enfermedad con un tratamiento oportuno y adecuado, es importante detectar el virus lo antes posible. El pronóstico no siempre es malo, siendo bastante complicado al aparecer la mayoría de los síntomas y signos descriptos.
Los animales afectados, de ser posible, deben permanecer en cuarentena, aislados de otros individuos de su especie.
La vacuna contra el distemper es muy eficaz y no presenta ningún peligro. Se debe administrar al cachorro a los 2 meses de edad, aplicando una segunda dosis al cabo de un año. Las demás repeticiones se deben suministrar cada dos o tres años durante toda la vida del animal.