La rabia es una enfermedad infecciosa causada por un virus perteneciente a la familia de los rhabdoviridae. Está presente en todo el mundo, salvo en la Antártida y en el Reino Unido, donde la han erradicado estableciendo elevadas medidas de control y seguridad.
La rabia se conoce desde hace siglos pero no fue hasta 1880 que Louis Pasteur identificó al virus como causante de la enfermedad.
Aunque los perros son los principales afectados y transmisores de esta enfermedad, la rabia perjudica tanto a animales salvajes como a animales domésticos. Pueden contagiarse desde lobos, zorros, tejones y ardillas hasta gatos, cabras y vacas. Los murciélagos pueden ser portadores del virus pero no manifiestan síntomas de la enfermedad.
Desgraciadamente, esta no es una enfermedad que afecte exclusivamente a los animales, los humanos también corremos el riesgo de ser infectados.
El virus de la rabia alberga en la saliva del animal infectado y una simple mordida serviría para transmitir el virus.
Debido a la conciencia que existe sobre la gravedad de la enfermedad, la mayoría de animales domésticos están vacunados y por lo tanto, el virus de la rabia no supone ningún problema ni para ellos ni para otros animales.
Lo más preocupante son los perros callejeros, los animales salvajes y los murciélagos. Los murciélagos pueden ser portadores del virus (aunque no manifiestan los síntomas) y morder a un animal o persona sin que ésta se de cuenta.
Una vez el virus ingresa en el organismo se expande hasta el sistema nervioso central, teniendo un período de incubación muy variable (de 15 a 60 días). Después esta etapa, el animal empieza a presentar los primeros síntomas.
Estos síntomas son extremadamente variados debido a la multiplicidad de localizaciones del virus en el sistema nervioso. Esta enfermedad se manifiesta por trastornos nerviosos a los que se pueden asociar, o no, trastornos psíquicos.
Los primeros síntomas de un perro infectado son:
Al cabo de dos o tres días, los síntomas se agravan y dependiendo del efecto del virus en el cerebro, nuestro animal puede desarrollar un tipo de rabia u otra:
Rabia furiosa: No siempre se presenta, pero cuando lo hace se caracteriza por la irritabilidad del animal y por la hipersensibilidad a estímulos visuales y auditivos. El perro no descansa y está activo la mayor parte del tiempo. El animal muerde todo lo que se le pone de por medio y, con el progreso de la enfermedad, se muestra desorientado, descoordinado y llega a tener convulsiones. Entre uno y siete días, la parálisis progresiva conduce a la muerte.
Rabia muda o paralítica: Esta tampoco se presenta en todos los casos. Puede presentarse después de los primeros síntomas o después de la rabia furiosa. El síntoma principal es la parálisis de los músculos de la cabeza y el cuello. De este modo, el perro ya no puede tragar y saliva constantemente. La mandíbula inferior se paraliza dejando la boca abierta. Esta parálisis puede afectar al diafragma y provocar al perro la muerte por insuficiencia respiratoria.
Aunque sea evidente que un perro tiene la rabia, sólo podremos verificarlo tras la muerte del animal mediante una serie de pruebas de laboratorio.
No existe ningún tratamiento para curar a un perro rabioso. En caso de infección, el animal está condenado a la muerte. El único método eficaz para combatir la rabia es vacunar periódicamente a nuestro perro. Una primera vez a los 5 o 6 meses de edad y después una vez al año o cada dos (depende del país y la comunidad autónoma en la que vivamos).
En el caso de ser tratada a tiempo (justo en el momento de la mordida), puede intentarse una terapia antiviral agresiva. De lo contrario, no hay todavía un tratamiento antiviral específico una vez se desarrollan los síntomas del virus.