Si os hablamos de protección animal, en seguida pensaréis a perros y gatos. O a toros. Los primeros por proximidad, los segundos por reclamo comercial. No se presta demasiada atención a la fauna marina (y a su flora, claro), siendo un universo de lo más amenazado; básicamente, el ser humano se está cargando el mundo acuático. Y para eso existen asociaciones como el CRAM, fundación para la conservación y recuperación de animales marinos, con varios frentes en los que actuar.
Uno de ellos es el de las tortugas marinas, pues desde que dicha fundación iniciara su andadura en 1994, ha recuperado, protegido y liberado a más de 500 tortugas marinas. Un hito, pero aún insuficiente habida cuenta del peligro al que se exponen tan vetustos animales. Esperamos que las líneas que siguen sirvan para haceros una idea de la gravedad del asunto. ¡Os animamos desde ya a colaborar para evitar la tendencia!
Seguro que habréis visto el proceso de anidación de las tortugas. Cuando entierran sus huevos en la arena, y al cabo de un tiempo se vive ese proceso mágico del nacimiento de las crías, que salen de la orilla para adentrarse en el mar. Semejante fenómeno, a veces, es convertido en reclamo turístico, lo que a su vez sirve para que se preserve el hábitat. Cuando eso pasa, podemos estar (algo más) tranquilos, puesto que se tiende a preservar ese lugar (aunque sea por fines lucrativos). Pero lamentablemente, lo más frecuente es destrozar por completo esas playas naturales, arrasar con ellas para convertirlas en emplazamientos turísticos. A cada playa terraformada se reducen las posibilidades de prolongar la existencia de tan magníficos animales.
Las tortugas viven muchos años, como sabéis. Y a lo largo de su vida, ingieren toda clase de sustancias nocivas que se mezclan con sus alimentos naturales. Sustancias que el hombre libera en el mar, claro. Níquel, plomo, mercurio... se encuentran en las tortugas que más problemas demuestran al ser rescatadas. Son sustancias que afectan negativamente a su desarrollo, a su sistema inmunológico y a su reproducción entre otras. El plástico que acaba en el mar es el primer culpable de una auténtica plaga, al ser ingerido (Se confunde fácilmente con peces) por las tortugas o constituir una trampa mortal que atrapa y asfixia a los animales.
La tecnología avanza, y con ello se fabrican barcos cada vez más rápidos y silenciosos. Las tortugas, literalmente, ni se dan cuenta de su presencia hasta que ya es tarde. Debido a sus particularidades físicas, estos animales requieren de varias horas al día navegando adormiladas en la superficie. De este modo regulan las temperaturas de sus cuerpos. Los navíos de antes, más ruidosos y lentos, daban tiempo de reacción, pero en la actualidad mueren miles de tortugas al año por culpa de colisiones con barcos nuevos, en especial lanchas y ferrys.
Esta es, sin duda, una de nuestras prácticas más peligrosas para las tortugas marinas. Situadas en las proximidades de las costas, las pesquerías capturan accidentalmente infinidad de tortugas. La amenaza es tal que algunos países obligan a emplear el Turtle Excluder Device, un mecanismo de seguridad que las permite escapar de las redes de pesca masiva. Pero siempre hay tortugas que son capturadas por error con estos anzuelos, calculándose sólo en el Mediterráneo español una media de tres tortugas capturadas por cada 1.000 anzuelos.
Tanto con tortugas como con productos derivados de tortugas. El ser humano, ya se sabe, tiende a ver oportunidades de comercio en cualquier sitio, y los animales en cuestión no se salvan. Al principio se daba caza a tortugas como base alimenticia, pero hoy en día, con un turismo exacerbado y el aumento constante del comercio ilegal, se llevan a cabo auténticas masacres que amenazan con erradicar de la faz de la tierra especies y razas enteras de animales...
La alta contaminación y los cambios de temperatura complican cada vez más la supervivencia de las tortugas marinas, al margen de los esfuerzos que se estén llevando a cabo por la conservación de las zonas de reproducción.