Ya hemos sabemos que la agresividad canina puede ser debida a dominancia o miedo. Pero existe otro factor que puede explicar por qué nuestro perro es agresivo tan sólo hacia su dueño u otras personas que convivan con él. Cuando se dan comportamientos así, tan inexplicables a priori (y tan tristemente conocidos como principal causa de abandono o eutanasia) cabe preguntarse: ¿Quién es el verdadero culpable de sus reacciones? ¿Por qué el perro le ataca a mi hija y no a mí? Son muchos los factores que llevan a afirmar que en la mayoría de veces, el causante de un comportamiento perruno agresivo no es sino el dueño (o los dueños).
Un comportamiento agresivo de nuestro perro puede ser debido a contextos competitivos, que no necesariamente impliquen dominancia: quitarle su comida, sus juguetes, o sus premios de la boca, o bien moverlo del sitio en que está reposando, pueden hacer que se moleste por la pérdida de algo que él considere valioso. De la misma manera que acariciarle de improviso o cuando da evidentes pistas de no querer que le toquen en ese momento, puede estresarle. Igualmente, otros escenarios que no sólo pueden interpretarse como competitivos (sino que podrían responder a un ataque por frustración) son el forzarle a entrar o salir de un lugar determinado, ponerle la correa o el bozal, cepillarle el cuerpo, darle un baño o cuidar una herida.
Más problemas de comportamiento causados por el dueño pueden derivarse de un castigo mal administrado (bien por ser demasiado fuerte, ejercido demasiado tarde o durante demasiado tiempo), u órdenes contrarias que el animal no sepa interpretar. El ejemplo más claro de este último caso es sumamente habitual: un miembro de la familia no deja subir al perro al sofá, y otro sí. Eso genera falsas expectativas, frustración, y agresividad cuando no se le permite.
Lo normal es pensar que sí, que hay que quedarse con el animal a toda costa y lo contrario es un gesto egoísta e inhumano. Pero la realidad es que se debe sopesar en frío y muy seriamente la viabilidad de esa afirmación, en función de los niños o ancianos que vivan en casa y el tamaño y tipo de agresividad del animal. Si la respuesta sigue siendo afirmativa, se procede a la ayuda del veterinario.
Para solventar los problemas, lo primero es acudir al veterinario para descartar enfermedades que provoquen ese comportamiento (tumores, alteraciones hormonales…), y para garantizar que los fármacos que puedan recetársele no le afecten negativamente. Es fundamental para descartar futuras complicaciones.
Si todo está en orden, se empieza el tratamiento en sí, consistente bien en corregir al animal, bien en corregir a su dueño. En el segundo caso, se debe tener la voluntad de aprender a interactuar con la mascota correctamente, corrigiendo la aplicación de los castigos, seleccionando los momentos en que premiar al animal, siendo consistente con lo que puede o no puede hacer en casa, etcétera.
En cambio, con el perro se llevará a cabo una modificación de su conducta mediante ejercicios de contracondicionamiento y desensibilización con refuerzos positivos. Aunque si el caso de personalidad agresiva es grave se recetarán psicofármacos que reduzcan su impulsividad (aumentando los niveles de la serotonina). La castración puede ser una solución, pero por lo general, su efectividad es muy inferior a lo que se cree. Y existe una posibilidad más, en forma de dieta a base de triptófano (precursor de la serotonina), pero hay que andar con ojo con ella porque puede llevar a problemas si se administra junto a otros fármacos.